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De la Matanza de Santa María de Iquique al Genocidio en Palestina: la lucha por la dignidad en la historia universal de la opresión

El 21 de diciembre de 1907, en la Escuela Santa María de Iquique, el Estado chileno selló una tragedia de sangre y fuego. Ametralladoras apuntaron contra 3.600 obreros, mujeres y niñxs que, marchando pacíficamente, exigían condiciones laborales mínimas: seguridad, educación para sus hijxs y el fin de los abusos en las pulperías. En respuesta, el gobierno de Pedro Montt, actuando en complicidad con los intereses de la oligarquía y el capital extranjero, asesinó a quienes buscaban emanciparse del yugo de la esclavitud moderna.

La masacre de Santa María de Iquique no fue un hecho aislado. Es un eslabón más en la historia universal de la opresión, donde la clase dominante utiliza todas las herramientas a su alcance —la violencia estatal, la ideología, el racismo y la deshumanización— para perpetuar su poder. Más de un siglo después, esa maquinaria sigue activa, aplastando a los pueblos que se resisten, como Palestina, que hoy enfrenta la ocupación, el apartheid y el colonialismo de asentamiento.

La lucha de clases como eje histórico

Desde la perspectiva marxista, la lucha de clases es el motor de la historia. Marx y Engels definieron al Estado como un instrumento al servicio de la clase dominante, diseñado para proteger los intereses del capital frente a las demandas de los trabajadores. En Iquique, la tragedia se desplegó como un ejemplo brutal de esta dinámica: el gobierno chileno actuó como brazo armado de las elites nacionales y extranjeras, defendiendo el orden explotador del modelo salitrero.

El marxismo, sin embargo, no es solo una herramienta analítica, sino un llamado a la acción. Frantz Fanon, desde su perspectiva anticolonial, amplió esta lucha al incluir las dimensiones de raza y cultura en los procesos de liberación. Para Fanon, la opresión colonial es una forma de explotación que aliena al ser humano tanto material como espiritualmente, despojándolo de su identidad y reduciéndolo a un objeto al servicio del colonizador.

Palestina es hoy uno de los escenarios donde estas ideas se vuelven imprescindibles. La ocupación israelí y el sionismo —entendido como un proyecto colonialista— no solo despojan a los palestinos de su tierra, sino que buscan aniquilar su identidad cultural y política. Edward Said, en Orientalismo, señaló cómo el imperialismo cultural occidental construyó a los pueblos del Este como “el otro”, justificando así su opresión. En Palestina, esta lógica se manifiesta en la narrativa que deshumaniza a su pueblo, etiquetándolo como terrorista para invisibilizar su legítima lucha por la autodeterminación.

La complicidad del poder y la fragmentación de las luchas

Un elemento común entre la masacre de Santa María de Iquique y el exterminio en Palestina, es la complicidad entre las elites locales y los intereses extranjeros. En Chile, los dueños de las salitreras eran principalmente capitales británicos, protegidos por un Estado que subordinó la vida de sus ciudadanos al mercado global. En Palestina, el sionismo actúa como avanzada del imperialismo euroatlántico, sostenido por potencias como Estados Unidos y el Reino Unido.

Esta complicidad no es solo económica, sino también ideológica. En Iquique, las demandas de los trabajadores fueron tachadas de irracionales y peligrosas para el “progreso”. Hoy, en Palestina, los intentos de resistencia son criminalizados bajo el pretexto de “seguridad”. En ambos casos, el discurso dominante intenta fragmentar las luchas, separando a los oprimidos de sus aliados potenciales y sembrando la idea de que sus demandas son imposibles o inaceptables.

La Autoridad Nacional Palestina (ANP) es un ejemplo doloroso de esta fragmentación. Mientras el pueblo palestino lucha por su libertad, la ANP ha colaborado con Israel en el mantenimiento del orden colonial, priorizando su propia supervivencia política sobre la emancipación colectiva, a costa de la censura, represión, encarcelamiento y asesinato de cualquier disidencia o intento de resistencia.
Fanon advertía contra este fenómeno: la “burguesía nacional” en las colonias tiende a convertirse en un intermediario del poder imperial, traicionando los ideales de la lucha.

De la memoria a la acción: una resistencia universal

La conexión entre la Matanza de Santa María de Iquique y la Causa Palestina no es solo histórica o simbólica; es profundamente filosófica. Ambas luchas encarnan lo que Marx describió como la tensión entre quienes producen la riqueza y quienes la concentran, entre quienes buscan vivir con dignidad y quienes lucran con su explotación. Pero también revelan algo más profundo: la voluntad de resistir frente a un poder que pretende deshumanizar y destruir.

En este sentido, recordar la masacre en la Escuela Santa María de Iquique no es sólo un ejercicio de memoria, sino un acto de resistencia. Es comprender que la memoria es un arma contra la repetición de la injusticia. Como señala Walter Benjamin, “articular el pasado históricamente no significa reconocerlo ‘tal y como realmente fue’. Significa apropiarse de un recuerdo tal como relampaguea en un instante de peligro”. Ese instante de peligro está siempre presente, porque los ciclos de explotación se renuevan constantemente bajo nuevas formas.

Hoy, la lucha palestina nos recuerda que la opresión nunca es invencible. El pueblo palestino, enfrentando un sistema que busca aniquilarlo, ha encontrado formas de resistir: desde la organización comunitaria hasta las movilizaciones internacionales que denuncian el apartheid israelí. Cada acto de resistencia, por pequeño que sea, desafía al poder que pretende reducirlos al silencio.

La emancipación como horizonte común

La matanza de Santa María de Iquique y el genocidio en Palestina son capítulos de una misma historia: la de los pueblos que se levantan contra la explotación y el despojo. En ambos casos, el poder intentó destruir no solo cuerpos, sino también ideas. Sin embargo, estas luchas sobreviven porque tocan una verdad universal: la dignidad humana no puede ser esclavizada sin que haya resistencia.

Hoy, abrazar la causa palestina no es solo un acto de solidaridad; es reafirmar el compromiso con la justicia en todas sus formas. Es recordar que la lucha de clases no se limita a una fábrica o un territorio, sino que se extiende a todas las dimensiones donde el poder oprime. Es unirnos en un internacionalismo que reconozca que, como dijo Fanon, “cada generación debe descubrir su misión, cumplirla o traicionarla en relativa opacidad”.

Que la memoria de Iquique y Palestina nos ilumine para no traicionar nuestra misión: construir un mundo donde la dignidad no sea privilegio, sino derecho inalienable.