
El 11 de febrero de 1990 Nelson Mandela recuperaba la libertad que le habían arrancado 27 años atrás.
Aquel momento era el principio del fin del Apartheid en el país. Al salir, sus primeras palabras para más de cinco mil personas que se reunieron en la plaza del Ayuntamiento de Ciudad del Cabo, Sudáfrica, fueron: “Los saludo en nombre de la paz, la democracia y de la libertad. Hoy estoy aquí no como profeta, sino como su humilde servidor. Sus sacrificios heroicos lo han permitido”.
En ese mismo discurso, sostuvo:
“Nuestra lucha ha llegado a un momento decisivo. Llamamos a nuestro pueblo a que aproveche este momento para que el proceso hacia la democracia sea rápido e ininterrumpido. Hemos esperado demasiado por nuestra libertad. No podemos esperar más. Ha llegado la hora de intensificar la lucha en todos los frentes. Cejar en nuestro empeño ahora sería un error que las generaciones venideras no podrían perdonarnos. La libertad que atisbamos en el horizonte debería alentarnos a redoblar nuestros esfuerzos.
Solo mediante la acción disciplinada de las masas podemos asegurar nuestra victoria. Pedimos a nuestros compatriotas blancos que se nos unan para crear la nueva Sudáfrica. El movimiento por la libertad es un ámbito político donde caben ustedes también. Pedimos a la comunidad internacional que mantenga su campaña para aislar al régimen del Apartheid. Levantar las sanciones ahora sería correr el riesgo de frustrar el proceso encaminado a la erradicación total del apartheid. Nuestra marcha hacia la libertad es irreversible. No debemos dejar que el temor se interponga en nuestro camino. El sufragio universal, fundamental entre los votantes en una Sudáfrica unida, democrática y no racial, es el único camino hacia la paz y la armonía racial”.