La Primera Intifada, que comenzó el 8 de diciembre de 1987, no fue un estallido espontáneo ni desorganizado. Desde su segundo día, 9 de diciembre, quedó claro que la fuerza del levantamiento radicaba en los comités populares que se habían gestado en secreto años antes, y en su capacidad para canalizar el descontento hacia una resistencia sostenida y estratégica.
Estos comités, formados por campesinos, trabajadores, estudiantes, mujeres y líderes comunitarios, dieron vida a una red organizada que sostuvo la lucha a lo largo de seis años. Desde la provisión de alimentos y medicinas en las aldeas sitiadas hasta la planificación de huelgas generales y boicots económicos, cada acción fue una afirmación de soberanía frente al sistema colonial israelí.
Las mujeres jugaron un papel central en este esfuerzo. Como líderes y participantes activas, llevaron la lucha más allá de las calles, organizando sistemas alternativos de educación, asegurando el abastecimiento en los hogares y enfrentándose cara a cara con las fuerzas de ocupación. Figuras como Mariam Abu Dakka y miles de mujeres anónimas desafiaron las estructuras patriarcales internas y externas, demostrando que la resistencia no solo se ejerce con armas o piedras, sino con estrategias y solidaridad.
Los comités populares también revelaron la profundidad de la unidad palestina en ese momento. A pesar de las diferencias políticas entre facciones como Fatah, el Frente Popular y otras, lograron coordinar esfuerzos en torno a un objetivo común: desmantelar el régimen de ocupación y abrir el camino hacia la autodeterminación.
Aquel 9 de diciembre y los días que siguieron nos dejaron una lección: la resistencia organizada y popular tiene el poder de desafiar incluso a los sistemas más opresivos. Hoy, ante una ocupación que no ha cesado, el espíritu de los comités populares sigue siendo una inspiración, no solo en Palestina, sino en todas las luchas por la justicia y la liberación en el mundo.
¡Porque la resistencia no solo es legítima, es necesaria!