Hace 37 años, en la Franja de Gaza, un accidente de tránsito en el que murieron cuatro palestinos desencadenó lo que ya se gestaba como un grito colectivo de indignación: la Primera Intifada. Este levantamiento popular, marcado por piedras, barricadas y la participación masiva de toda la sociedad palestina, trascendió los límites de la resistencia armada para convertirse en una expresión total de desobediencia civil, movilización social y lucha por la autodeterminación.
La Intifada fue más que un estallido de frustración. Como lo dice su significado fue una REVUELTA en respuesta al proyecto colonial del sionismo que, desde 1948, ha buscado borrar a Palestina del mapa. Pero, ¿qué fue lo que diferenció esta etapa de resistencia? Su carácter profundamente popular y organizado. Desde los comités de base hasta figuras como Mariam Abu Dakka y Hanan Ashrawi, mujeres y hombres lideraron un movimiento que desbordó las estructuras tradicionales y puso en jaque al régimen ocupante.
Sus demandas eran claras: fin de la ocupación, derecho al retorno y autodeterminación. Pero la Intifada también fue un mensaje al mundo, que evidenció la naturaleza colonial de Israel y la complicidad de las potencias globales. Fue un eco que resonó en otros movimientos de liberación nacional, desde Sudáfrica hasta América Latina, demostrando que la resistencia es un derecho legítimo y necesario para los pueblos oprimidos.
Hoy, esa llama sigue encendida. Desde las calles de Jenin hasta los campos de refugiados, desde Gaza hasta Cisjordania, la resistencia palestina se adapta, evoluciona y persiste, vinculándose con luchas como la del pueblo mapuche o los movimientos de liberación globales. Porque como la Intifada nos recordó, la opresión tiene múltiples formas, pero también lo tienen la dignidad y la esperanza.
¡La lucha sigue viva!