por Tania Melnick Sainte-Marie vocera de Judíos Antisionistas contra la ocupación y el Apartheid y vocera de la Coordinadora por Palestina
Aquellas personas de origen judío que alzamos la voz en apoyo a la lucha de liberación nacional del pueblo palestino, entonamos la consigna “No en nuestro nombre” para criticar las prácticas y políticas del Estado de Israel, y también para deslindarnos de la invención sionista de un “Estado Judío” que considera a Israel como “el Hogar Nacional Judío”, justificando con ello sus crímenes en pos de la “seguridad” no sólo de los judíos que allí viven, sino de todos los judíos y judías alrededor del mundo. Si bien lo que nos mueve a repudiar al sionismo, son nuestras ideas antirracistas, antiimperialistas e internacionalistas. Por lo tanto, es esencial comprender las implicaciones del antisionismo como postura política, su conexión con las luchas anticoloniales y la resistencia global, abordando las raíces de la ideología sionista.
No podemos seguir permitiendo que el sionismo se apropie del trauma colectivo de los judíos, marcado por el horror del Holocausto, los pogromos y la persecución, para su manipulación retórica.
Como sugiere el pensamiento de intelectuales como Edward Said, el sionismo no es una idea judía, sino una idea colonialista. El sionismo comenzó a finales del siglo XIX, en una Europa imperialista, como un socio del colonialismo occidental. El sionismo es una ideología fascista-colonial que fue diseñada para expandir el yugo del imperialismo occidental sobre Palestina.
Por lo tanto, el antisionismo -además de hacer una «crítica a la política actual del Estado israelí, y/o una crítica moral, ética o religiosa a la idea de un estado-nación judío»– ha sido definido como «el rechazo a las colonias exclusivamente judías, creadas en tierras palestinas mediante la expropiación y la expulsión forzada de la población palestina indígena, con el fin de crear las condiciones económicas y demográficas para el establecimiento de un estado-nación colonial en Palestina. Condiciones que “naturalmente” implican las masacres, el genocidio y el apartheid donde el colonizador busca establecer su dominio sobre los colonizados».
La esencia misma del sionismo reside en la imposición externa de un régimen de apartheid, que perpetúa la distinción colonial entre diferentes grupos humanos. Las raíces coloniales de este movimiento racista nunca fueron un secreto, sino una realidad innegable hasta el día de hoy. Como afirmó Desmond Stewart: «Herzl parece haber previsto que, al ir más lejos de lo que hasta entonces había ido ningún colonialista en África, provocaría temporalmente el rechazo de la opinión civilizada. “Al principio incidentalmente -escribe en las páginas en las que describe la Expropiación Involuntaria-, la gente nos evitará. Olemos mal. Para cuando se haya completado la reforma de la opinión mundial en favor nuestro, estaremos firmemente establecidos en nuestro país, sin temor ya a la afluencia de extranjeros, y recibiendo a nuestros visitantes con aristocrática benevolencia y orgullosa amabilidad”.
No era ésta una perspectiva que pudiera encantar a un peón en Argentina o a un felah en Palestina. Pero Herzl no tenía intención de que su diario se publicara de inmediato.»
El sionismo se originó a partir del imperialismo europeo y contó con el respaldo británico debido a su potencial para establecer un enclave colonial en la confluencia entre Asia y África, con un acceso estratégico a la costa del Mediterráneo, expulsando a la población palestina. Por ende, la oposición al sionismo resulta fundamental para construir una auténtica solidaridad antirracista y antiimperialista. No se puede ser verdaderamente antirracista sin ser antisionista.
El racismo que ha fomentado el asentamiento colonial, no sólo opera para con los palestinos, sino también entre los judíos y judías que viven en Israel y aquellos que viven en tierras árabes. Lo cual es resultado inherente del orientalismo que conforma el proyecto sionista.
El antisionismo es una postura política que se opone a las relaciones coloniales de opresión en Palestina y rechaza la existencia de un Estado judío europeo en esa región. Esta postura cuestiona el derecho de los europeos a colonizar y dominar esas tierras, así como a imponer un régimen de apartheid dentro de ellas. Más que una crítica a las políticas israelíes actuales, o a la idea de un Estado judío, el antisionismo representa el rechazo a un Estado racista, de asentamiento colonial y establecido por el imperialismo occidental.
El sionismo ha extendido su influencia más allá de la ocupación palestina, atacando a Estados árabes y musulmanes, proporcionado armas y entrenamiento a regímenes antidemocráticos y represivos en todo el mundo, desde el régimen de apartheid en Sudáfrica hasta las dictaduras latinoamericanas en las décadas de 1970 y 1980. Así como la colaboración con los regímenes neofascistas de Bolsonaro en Brasil y de Milei en Argentina. No olvidamos su apoyo a la junta militar de Guatemala para cometer el genocidio de 200.000 indígenas mayas. Además, ha habido casos documentados de cooperación con grupos terroristas como Al Qaeda y el Estado Islámico.
Israel ha sostenido una agenda constante desde su fundación: actuar como un aliado clave del imperialismo contra las luchas sociales y de liberación nacional en África, Asia y la verdadera América. Estos hechos son sustantivos para instaurar una política antisionista ligada a una posición internacionalista y anticolonial, que rechace la intromisión imperial de Europa y Estados Unidos.
Es muy importante la claridad histórica e ideológica al respecto: El antisionismo es una ideología de liberación, basada en el antiimperialismo y el antirracismo. Y es, por lo tanto, una política internacionalista de apoyo a la verdadera descolonización y una lucha para librar a Palestina y a la humanidad, de Israel y del proyecto sionista.
La narrativa sionista: discurso colonial y estrategia retórica del fascismo
Al explorar las similitudes entre las estrategias de manipulación discursiva, es importante considerar el contexto histórico del fascismo durante la Segunda Guerra Mundial. Asimismo, al analizar la retórica del fascismo, podemos evidenciar paralelismos preocupantes con la estrategia discursiva del sionismo. En ambos casos, la propaganda ha desempeñado un papel fundamental en la manipulación de las percepciones y en la consolidación del poder.
Tan evidente como las palabras de Herzl que leíamos hace algunos párrafos: «Para cuando se haya completado la reforma de la opinión mundial en favor nuestro…», es la manipulación discursiva de la narrativa sionista.
«La afirmación de que el sionismo político expresa dos mil años de anhelo de una autodeterminación política y religiosa, es un mito moderno inventado en Europa en la segunda mitad del siglo XIX. Crear naciones a base de inventar la tradición, ha sido una práctica típicamente europea: utilizar la memoria colectiva de modo selectivo, recurrir a la manipulación de determinados acontecimientos del pasado religioso, suprimiendo unos y exagerando y movilizando otros de una forma completamente funcional y con fines políticos, etc.» De ahí la fabricación de una nueva tradición nacional judía, un discurso colonial europeo y su utilización para respaldar la colonización y exclusión de Palestina «para conceder una supuesta una legitimidad moral a la creación del Estado de Israel y su política hacia los habitantes autóctonos de Palestina».
Ya en 1946, en su ensayo “Politics and the English Language”, George Orwell advertía cómo el uso manipulativo del lenguaje puede influir en la percepción de la realidad y lograr controlar el pensamiento de las personas, argumentando que a menudo el lenguaje político se utiliza para encubrir la verdad y manipular a las masas, lo que a su vez puede corromper el pensamiento y la comprensión.
Si hacemos una comparación con la retórica del fascismo, desde el estudio discursivo, la retórica persuasiva durante la Segunda Guerra Mundial tuvo un papel determinante en Alemania, Italia y en la España franquista. La propaganda contribuyó a moldear la psicología de los pueblos y a impulsar el patriotismo. De este modo, su lenguaje incitaba a la conocida llamada a la acción y la repetición lograba que el oyente retuviera la información de forma involuntaria en su subconsciente, manipulando así la psique, sin dejar espacio a pensar en qué era mejor, sino que el pueblo fuera fiel y no se cuestionara el modus operandi de cada régimen.
El fascismo en Italia, nacionalizó los medios de comunicación, creando una conciencia nacional para mantener unidos al pueblo y a los dictadores, reavivando la memoria colectiva a través de una cultura popular común, sin importar las jerarquías de clases.
La propaganda alemana era más bien burda y agresiva, conocida como la propaganda del odio hacia judíos y comunistas. Hitler fue un apasionado de la guerra propagandística psicológica que consistía principalmente en la simplificación y la repetición de mensajes, la explotación de emociones y la demonización de enemigos políticos, buscando mitificar a los luchadores y desmoralizar al oponente. Los 11 principios de la “Propaganda Nazi”, diseñados para establecer las bases para manipular y controlar la opinión pública priorizan la eficacia ante la verdad, la extorsión ante la honestidad y todo lo que tiene éxito está permitido.
Durante la Guerra Civil, en España, la propaganda alcanzó un modelo totalitario bajo supervisión de la Falange, considerándose imprescindible en la estrategia bélica, hasta el punto de equipararla con el ejército y las armas. Su función era concienciar a la gente de los ideales nacionales por los que se luchaba, moldeando así la psicología colectiva.
Si nos situamos en la actualidad, podríamos afirmar que vivimos en un mundo donde la sobreinformación abruma nuestras percepciones de la realidad. Por lo que, es difícil evitar la manipulación psicológica y propagandística desde el punto de vista comunicativo y mediático. Lo que, a su vez, abre peligrosas grietas para que el neofascismo llegue a gobernar el mundo y las mentes de todos. Y es que, el mayor problema reside en que la población no es consciente del poder que tienen las palabras.
Como ejemplo, la narrativa sionista se caracteriza por una lectura funcional de la historia judía, que se basa en un origen étnico milenario que exalta los fundamentos ideológicos del movimiento, las formas simbólicas y el nuevo paradigma identitario basado en la hebraización del pueblo judío. «Es imperativo recalcar que el discurso se determinó por la visión utópica que exaltó la territorialización y el vínculo entre el pueblo judío -sionista- con el pasado mitohistórico, a través de su apropiación y de la recurrencia a la memoria colectiva. Estos elementos fueron los recursos movilizadores, puesto que, establecieron el objetivo nacional futuro de la etnia.
Los recursos movilizadores fueron la pieza central para legitimar el discurso y darle validez al accionar sionista, tanto en la parte política como en las actividades colonizadoras en Palestina. El discurso se impregnó de una visión hegemónica y de dominación del grupo ashkenazi sobre el resto de los grupos étnicos judíos y de la población árabe. En otras palabras, se plantea una lectura etnocéntrica y eurocéntrica ashkenazi de la historia judía (…) en donde lo árabe se percibe como lo negativo asociado a un sentido de carencia y desechable. En la que no se imposibilita el vínculo por la otredad de lo árabe, en donde la deshumanización naturaliza la exclusión de estos en función de las necesidades de los sionistas (…) Todo lo mencionado responde al apoderamiento de la experiencia universal a partir de la perspectiva europea, que propició la interpretación en la que se homologó el judaísmo mundial con el sionismo, como si fuera un solo ente inseparable, atribuyéndole al movimiento un carácter mesiánico» y a la narrativa israelí, un lugar por encima de la legalidad, poniendo a los sionistas como intocables. Por lo que cualquier crítica hacia la política y las prácticas de Israel, es cancelada y calificada como “antisemitismo”. En ese punto, la etnicidad y la memoria colectiva desempeñan un papel crucial en la elaboración de un discurso que aborde la solución del problema de la falta de “seguridad” (apropiación del discurso neofascista) del “pueblo judío”, en un “hogar nacional” para éste, con la autoridad moral para continuar el plan de colonización y asentamiento.
He aquí el punto al que hemos llegado, donde términos como “intifada”, consignas como “desde el río hasta el mar” o cualquier llamamiento al boicot contra el régimen de apartheid, han pasado de ser censurados a ser criminalizados, al igual que el sionismo ha hecho con el legítimo derecho a la resistencia, posicionándola como amenaza bajo la noción de “terrorismo”, o con la naturalización de la deshumanización de los palestinos como un enemigo absoluto. Y no olvidemos la asociación maliciosa del antisionismo con el antisemitismo, con la intención de sofocar cualquier atisbo de disidencia.
Sin embargo, contra todo intento de censura y cancelación de los derechos civiles, una nueva intifada -esta vez internacionalista- recorre el mundo. ¿Será la primavera antisionista?
Lo que pasa ahora en Palestina se reproduce en todo el planeta. Israel se reproduce a sí mismo en el ejercicio de la opresión por parte de los poderes que hoy gobiernan a los pueblos del mundo cual si fueran su enemigo. «En Palestina se está jugando la vida de la humanidad», como diría Ramón Grosfoguel. Es por tanto urgente y necesario derrotar al imperialismo para tener un futuro para nuestro planeta y para toda la humanidad. Y ello significa pasar de la emancipación a una resistencia activa, una Intifada mundial.
El desafío del antisionismo no es sólo una cuestión de justicia en Palestina, sino también un llamado a la acción global contra todas las formas de opresión y colonialismo.