Por: Joseffe Cáceres, Trabajadora del Aseo ex Pedagógico, Vocera de Pan y Rosas y Alejandra Decap, Diseñadora Instruccional.
El acampe en la Casa Central de la Universidad de Chile, se moviliza por la ruptura de convenios y colaboración con las universidades israelíes y en solidaridad con el pueblo palestino. Esta acción cuenta con un amplio apoyo de funcionarios, académicos, organizaciones civiles, políticas, de mujeres y sindicales, ya que la causa palestina moviliza a muchos ante el genocidio que esta perpetrando el Estado de Israel.
A pesar de este apoyo significativo, en los últimos días, los medios de comunicación nacionales, alentados por las autoridades de la Universidad de Chile, han centrado su cobertura en la imagen satírica de Netanyahu besando en la mejilla a la rectora de la Universidad de Chile, Rosa Devés Alessandri. Este hecho ha generado un debate sobre el feminismo, con críticas desde diversas perspectivas, cuestionando si la imagen representa o no violencia de género, debido a un lienzo colgado afuera del acampe universitario, en el marco de la movilización nacional por Palestina.
Para algunas personas, esto se ha convertido en una falta de respeto, “un acto de violencia hacia la rectora”, como escribió Paulina Paz Rincón, Vicerrectora de la Universidad de Concepción, en su columna “Violencia contra la mujer, violencia contra la rectora” publicada esta semana en El Mostrador. Para otras, es una utilización sarcástica del arte para denunciar lo que muchos ya sabemos: la negativa de las autoridades de la Universidad de Chile ante las demandas estudiantiles, para resguardar los vínculos con las instituciones académicas y centros de investigación israelíes, que legitiman y respaldan el genocidio en curso perpetrado por Israel contra el pueblo palestino.
Feminismo para las autoridades, pero no para las trabajadoras
En pleno desarrollo de este debate, nos encontramos a días de cumplirse seis años de la muerte de Margarita Ancacoy, trabajadora del aseo del campus Beauchef, quien perdió su vida en un asalto el 18 de junio de 2018, camino al trabajo a las 5:30 de la mañana.
La actual prorrectora, Alejandra Mizala, designada por la rectora Devés al asumir su cargo, fue quien autorizó a Margarita Ancacoy a trabajar en ese horario.
El año pasado, la Universidad de Chile dio por cerrado el asunto, ignorando la solicitud de la familia de Margarita y de la agrupación Amigas y Colegas por Justicia de Margarita, quienes exigían una investigación para encontrar a los responsables administrativos de la tragedia. Las autoridades se desmarcan de toda responsabilidad institucional respecto de las condiciones que llevaron a la muerte de la trabajadora, sin ofrecer garantías para que situaciones similares no se repitan.
Es evidente que las condiciones de exposición, precariedad laboral, sobrecarga de trabajo y abandono de los trabajadores, son problemáticas. Y que situaciones graves, como la vivida por Margarita, se han vuelto a repetir. Un ejemplo, es el caso de una trabajadora del aseo de la Facultad de Artes quien, el pasado 13 de mayo, perdió un dedo mientras realizaba sus labores, sin recibir hasta ahora una respuesta concreta por parte de las autoridades, ante las numerosas peticiones y exigencias que este caso ha suscitado.
Acá las trabajadores no importan. Estas condiciones han sido invisibilizadas por las autoridades que, en las últimas semanas, han levantado “la defensa de las mujeres” como bandera.
¿Qué es lo que les preocupa, realmente?
En realidad, les preocupa que el ejemplo de movilización que protagonizan cientos de estudiantes en la Universidad, se conjugue con el malestar y la organización de sus trabajadores, y que esto sea un puntapié para que otros miles puedan seguir su ejemplo.
El autoritarismo no es una cuestión exclusiva de la casa de Andrés Bello.
La Universidad de Chile refleja, a pequeña escala, la realidad del país. Su prestigio la ubica en el tercer lugar entre las universidades más reconocidas de Latinoamérica. Quieren mantener intacta la imagen institucional. Sin embargo, hoy la Universidad de Chile tiene la oportunidad de ser un ejemplo en nuestro continente, como lo han sido la USACH o el ex-Pedagógico, suspendiendo convenios con universidades cómplices de un Estado que comete genocidio y denunciando abiertamente esa masacre.
La ofensiva mediática contra la movilización estudiantil
De manera criminalizadora e irresponsable, incluso ministros de Estado, como es el caso de la Ministra Camila Vallejo del Partido Comunista, acusan a los estudiantes de utilizar “métodos persecutorios” contra los académicos, por supuestas marcas con lápiz en las manos para permitir la entrada de estos a las dependencias de las facultades en toma. La ex dirigente estudiantil no hace más que sumarse al carro de la criminalización, actúa con el mismo discurso que tenía la derecha y la ex Concertación durante las movilizaciones estudiantiles del 2011.
¿Acaso olvidó Camila Vallejo que cuando ella era presidenta de la FECH, la Casa Central de la Universidad de Chile estuvo casi un año en toma?
Buscan instalar una visión de “no democráticos” respecto de los estudiantes de la Universidad de Chile, cuestión más que alejada de la realidad, pues son los mismos estudiantes quienes hoy buscan la participación de toda la comunidad universitaria, tras el impulso de un plebiscito triestamental que busca que todos y todas puedan participar de la decisión de romper los convenios con las instituciones académicas Israelíes.
¡No en nuestro nombre! A romper con Israel en todos los espacios.
Debates en torno al feminismo y la utilización de la violencia de género, y la defensa de las mujeres, han tomado también protagonismo, no sólo al interior de la casa de estudios, sino también fuera de las paredes de ésta.
Las feministas del “techo de cristal” pueden seguir quejándose de que todo lo que les ocurre es en razón de su género. Nosotras, las feministas socialistas, sabemos que el género nos une y que, la clase y otras experiencias de opresión, nos dividen.
La realidad es que, para las mujeres que hoy ejercen puestos de poder, el mero hecho de ser mujeres no puede ser una excusa para ignorar las críticas que recibe la rectora Rosa Devés Alessandri durante el ejercicio de su cargo. Puede ofenderse todo lo que quiera, pero no puede acusar violencia de género cuando evidentemente la imagen del mencionado lienzo, ironiza sobre su supeditación a los vínculos con Israel y no en razón de su género.
La ironía del mencionado lienzo se sostiene en una alegoría: el beso representa esa complicidad en el ejercicio del poder frente a la masacre que se efectúa en Gaza. La rectora podría recordar que en Berlín, la ciudad donde se encuentra de gira con el Presidente Boric, es la misma ciudad en la que surge la imagen a la que hace referencia su retrato con Netanyahu; una reproducción del beso entre Erich Honecker y Leonidas Brezhnev, pintado sobre el famoso muro de la capital alemana.
El autor de la obra es el pintor ruso Dimitri Vrubel, quien intervino el muro en 1990. Ese beso del poder en decadencia, es el mismo beso que se ha versionado muchas veces con diversos políticos y figuras públicas. No tenía que ver con el género de sus representados, sino más bien con la situación política en la que se encontraban.
Es decir, es un beso que habla del poder; no del que ejerce el patriarcado sobre Rosa Devés Alessandri, sino del poder de Israel sobre una casa de estudios que se reclama, ante todo, defensora de los derechos humanos.
Ni siquiera, con la excusa del pensamiento crítico, es posible hablar de libertad académica o de libre producción del conocimiento, cuando éste se subordina a nutrir maquinarias de guerra como es la israelí, donde sus universidades colaboran directamente con la ingeniería militar; conocimiento que luego sirve para oprimir y exterminar al pueblo palestino. Las universidades de los convenios contribuyen financiera y logísticamente con el ejército israelí.
Aislar institucionalmente a Israel es una forma de debilitar la falsa imagen de una “guerra de demócratas versus terroristas”, para denunciar la situación real en Gaza y los crímenes que se están cometiendo por parte del Estado de Israel.
En un dibujo sobre tela, no hay ningún daño material infringido contra la rectora, no hay una búsqueda de privar su libertad ni de controlarla. Es un dibujo que ironiza, que cuestiona, pero que no ataca su condición de mujer, sino de autoridad universitaria, en el contexto de un genocidio televisado, cuyo emblema es precisamente el nefasto Netanyahu.
No podemos permitir que se instrumentalice el feminismo, una teoría política de liberación, con políticas que sostienen el status quo: el capitalismo patriarcal, colonial y racista que hoy muestra su verdadero rostro, cada vez más bárbaro y brutal.
Mientras la rectora alega violencia de género, en “su” casa de estudio trabajan mujeres autoridades que son responsables administrativas de la muerte de Margarita Ancacoy, como es el caso de la prorrectora Alejandra Mizala, en plena impunidad. Las condiciones de precariedad de las trabajadoras se han incrementado, pero eso parece no ser considerado violencia de género como para hacerlo público y que los medios de comunicación nacionales lo amplifiquen como una cuestión central.
Al mismo tiempo, a nivel internacional, la mayoría de las personas palestinas fallecidas producto del genocidio, son mujeres, infantes y adolescentes, sujetos a quienes el feminismo identifica como centro de su preocupación teórica y práctica. Como bien señaló la coordinadora Acción Global Feminista por Palestina, la denuncia de la rectora Devés está fuera de todo sentido de proporcionalidad. La causa palestina es una causa feminista porque nos importan las vidas y la dignidad de esas mujeres y niños, que tienen derecho a existir y a su territorio.
Mientras los acuerdos no se rompan, ese beso mantendrá su alegoría intacta, aunque la tela desaparezca.