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Escolasticidio o la destrucción del saber 

Por Soledad Chávez Fajard – Universidad de Chile

Ante mis ojos veo un grabado de Piranesi, uno de la colección de la Roma Antigua. Son esas colosales construcciones en ruinas. La tensión entre la magnificencia y el abandono son la clave de su belleza y de la melancolía que generan. Esto me lleva a pensar en cuánta colosal obra del hombre ha sido abandonada o, lo que es peor, destruida ex profeso. En un ejercicio doloroso hago un repaso por algunas de las principales destrucciones de bibliotecas en la historia de la humanidad. Por ejemplo, hacia el 612 antes de nuestra era, Nínive fue asediada por babilonios y medos. Allí se destruyó por completo la Biblioteca Real de Asurbanipal. Con ello, entre otras tradiciones textuales, se destruyeron los primeros textos literarios de la humanidad, como el Poema de Gilgamesh. Lamentablemente, por más que se hayan encontrado fragmentos en el sitio de Nínive o nuevas versiones, la epopeya permanece incompleta. Probablemente a finales del siglo IV de nuestra era, una de las sedes de la Biblioteca de Alejandría, el Serapeo, fue saqueada y destruida, por ser un enorme espacio del “saber pagano”. Escritores cristianos de la época, como Rufino de Aquilea y Sozomeno lo describen pormenorizadamente. A tal punto fue un hito esta destrucción, que se entiende como la consolidación del cristianismo en la Antigüedad tardía. Ya más cerca de nuestra historia, en 1931, en lo que se conoce como la Quema de conventos, la Casa profesa de Madrid fue incendiada y, con ella, la que se conocía como la segunda mejor y más completa biblioteca del país: la jesuita. Ochenta mil volúmenes (muchos de ellos incunables) se consumieron con las llamas.

Sigo con este ejercicio ingrato y doloros y hago un repaso por algunas de las principales destrucciones de universidades en la historia de la humanidad. El año 1190 el general turco afgano Bakhtiyar Khilji, dentro de las estrategias de la invasión musulmana en India, ordenó destruir la universidad de Nalanda. Esta había sido fundada en el año 427 y es considerada la primera universidad tal como hoy pensamos este concepto: con un inmueble en donde, incluso, habitaban sus profesores y estudiantes. Este centro de saber, considerado la capital de los estudios budistas en su momento, era un centro relevantísimo en ciencias como las matemáticas y la astronomía. Hasta los años 1499 o 1500 estuvo en funcionamiento La Madraza, la primera universidad en Al-Ándalus en donde se enseñaba, sobre todo, ciencias, como astronomía y matemáticas desde 1349. El cardenal Cisneros fue quien dio la orden de asaltar la universidad, sacar los libros de su biblioteca y quemarlos públicamente en una hoguera en la plaza de Bibarrambla.

Más nuevo es lo que se hizo en Irak, el año 2003, cuando el 10 de abril tropas norteamericanas y sus aliados saquearon piezas sumerias, acadias, asirias y babilónicas (entre otras) del Museo Nacional de Irak. Lo mismo en la Biblioteca y Archivo Nacional de Irak, que sufrió de ataques e incendios en dos ocasiones y donde se perdieron millones de libros y registros. El 11 de abril el Museo Arqueológico de Mosul fue asaltado y saqueado. Durante los días de la Batalla de Bagdad (entre el 3 y el 13 de abril) la biblioteca de la Universidad de Bagdad fue destruida y saqueada. Entre los textos destruidos y desaparecidos había un enorme número de manuscritos medievales. Cómo olvidar la épica saga de la bibliotecaria Alia Muhammad Baker por rescatar textos de gran valor de la biblioteca donde trabajaba, la Biblioteca Central de Basora, entre estos, una biografía del XIV de Mahoma. La lista es larga, pues estos son solo unos botones de muestra para una guerra que implicó una invasión so pretexto de la posesión de armas de destrucción masivas que albergaba Irak, algo que nunca se comprobó, dicho sea de paso.

Sigo con este ejercicio doloroso y presento ahora algunos de los ejemplos más actuales, como el 17 de enero de 2024, cuando la Universidad de Israa, solo después de 10 años de fundada, fue demolida por fuerzas israelíes. Durante los setenta días previos a su demolición, fue usada como centro de detención y como espacio de francotiradores de las fuerzas israelíes. Un dato importante acerca de esta novel universidad es que se destacaba por la carrera de Derecho y porque un número importante de mujeres (más que hombres) estudiaba allí esta carrera. El 6 de febrero de 2024 la Universidad de Al-Aqsa, la más antigua institución pública en Palestina (fundada en 1955), cuyo foco es la formación de profesores, fue nuevamente bombardeada en dos de sus sedes. Ya en 2004 una parte de la universidad había sido destruida por las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI). En lo que se conoce como la Invasión invernal de los años 2008-2009, la Biblioteca de Tel al-Hawa fue parcialmente destruida. 

Tengo entre mis manos el documento que la asociación de bibliotecarios y archiveros palestinos ha redactado para dar cuenta de cómo se ha ido mermando el acervo textual no desde octubre (que muchas veces se piensa que octubre es el momento cero), como cuando en 1948, durante la Nakba, 30.000 libros y manuscritos fueron saqueados de hogares palestinos (se puede ver en el documental The Great Book Robbery, del año 2011, del director israelí Benny Brunner). O cuando en 1982, durante la invasión israelí del Líbano, Israel saqueó y confiscó la biblioteca y los archivos de la Organización de Liberación de Palestina. En noviembre de 2023 espacios como el Archivo Central de Gaza fue totalmente destruido. En diciembre de 2023 la mezquita y biblioteca Omari fue completamente destruida. La mezquita, que databa del siglo VII albergaba en su biblioteca la mayor colección de libros raros en palestina (¿un pequeño alivio? El año 2022 doscientos manuscritos pudieron ser digitalizados).

Puedo seguir con más ejemplos, porque los hay por decenas, como la destrucción de librerías, como la Al Mansur, la que a mayo de 2021 albergaba más de cien mil volúmenes en lo que era el “templo de los libros” en Gaza, y donde padres de escolares y estudiantes universitarios iban a comprar sus libros. “Yo no tengo nada que ver con un grupo armado, con una facción política, se trata de un ataque contra la cultura. He pasado por dos Intifadas y tres guerras de Gaza pero esto jamás había ocurrido, jamás la librería había sido destruída”, comentó su dueño, Samir Al Mansur, en su momento.

No quiero seguir con las muertes de rectores, decanos, académicos y estudiantes. Es un total barrido de los saberes que me recuerdan a lo de Nínive, al cardenal Cisneros, a la estrategia de Bakhtiyar Khilji, entre tantos otros movimientos de extrema intolerancia. Se ha entendido el intento de cortar relaciones académicas con Israel como un acto de intolerancia, por lo demás. Ser intolerante es constatar cómo estas universidades han sido total o parcialmente destruidas. Ser intolerante es revisar, día a día cómo miles de universitarios no podrán terminar sus estudios. Ser intolerante es constatar que el resultado de esta estrategia de guerra es anular el derecho a formación de miles de palestinos. 

Joaquín Córdoba Zoilo, catedrático de Historia Antigua de la Universidad Autónoma de Madrid, a propósito de la destrucción ya referida de Irak, afirmó: “Los profesionales debemos desvelar la reciente historia de la destrucción sistemática de un patrimonio brillante, la intencionada desvertebración de Irak a través de la eliminación de su historia verdadera, su patrimonio y sus especialistas. Por imperativo moral, porque sabemos que los yacimientos, la arqueología y los museos de aquel país encierran junto a su razón de ser como nación, su memoria y la de toda la Humanidad”. Lo relevante en Córdoba Zoilo es la responsabilidad que tiene una comunidad académica en condenar y traer a colación, cuantas veces se pueda, estos actos de memoricidio (como lo usa Ilan Pappé y Nur Masalha), de anulación de la humanidad, para el caso de Palestina, el intento de destruir la historia, la memoria de la existencia del pueblo palestino. A propósito de lo de Irak, Córdoba Zoilo afirmó: “Las llamadas oficiales de ayuda y las iniciativas de instituciones como el Instituto Oriental de Chicago, el Museo Británico, la Universidad de Turín o la Universidad de Tokio en 1994 se encontraron con el silencio o la dejación de responsabilidad. UNESCO e Interpol estuvieron lejos de asumir sus obligaciones, probablemente ante el temor a irritar al Consejo de Seguridad [de Naciones Unidas] o a quien ejercía el dominio sobre el mismo”, algo que, creo, no se puede ni debe repetir esta vez. La pasividad o un modus operandi laxo respecto a una condena clara y vehemente es necesaria en estos casos, sobre todo con universidades que están, en estos momentos, desarrollando armamento o por su complicidad con las violaciones a los derechos humanos, lamentables praxis que ayudan a perpetuar esta barbarie (como la universidad de Tel Aviv, la Universidad Hebrea de Jerusalem, la Universidad de Ben Gurión, el Instituto Weizmann de Ciencias en Rehovot o el Technion de Haifa). 

Quiero insistir en que la destrucción intencional de bienes culturales patrimonislrd ha sido reconocido como crimen de guerra y perseguido en el Tribunal Internacional Corte Criminal. Posiblemente César, en uno de los grandes daños que sufrió la Biblioteca de Alejandría a causa del asedio que lideró, podría haber sido juzgado el día de hoy. Lo mismo quienes instaron y lograron destruir saberes a lo largo de la historia de nuestra humanidad. En este caso, junto con el claro proyecto genocida hay, por lo demás, un culturicidio sin lugar a dudas. El hecho de cortar relaciones académicas con universidades que, con su saber ayudan en el escolasticidio y el memoricidio, es un acto de habla claro y serio: cancelar un accionar que no hace más que silenciar, acallar y masacrar el saber. Con eso, señores, no se juega ni se puede hacer vista gorda.