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Palestina. Acción política en un momento crucial

por Mauricio Amar

Después de siete meses de un genocidio transmitido en vivo y en directo por las redes sociales, estamos llegando a un punto de inflexión. Mientras las manifestaciones a favor de Palestina se multiplican por todo el mundo, con campamentos universitarios, marchas en las calles y acciones performáticas, lo que vemos es que Israel continúa funcionando como una máquina de muerte sin que ninguna protesta pueda impedirlo. Esto, fundamentalmente porque las muestras de solidaridad al nivel de las sociedades no tienen correlato en los Estados. Israel sigue participando de la comunidad internacional como un miembro más de Naciones Unidas e integrado completamente en las redes comerciales, incluso con gobiernos que sostienen una retórica crítica a sus acciones. ¿Qué hacer?

Una cuestión relevante es que en estos siete meses de genocidio se ha puesto de manifiesto una fractura fundamental en las democracias liberales de Occidente, que dicen representar los intereses de sus ciudadanos. Al menos, ha quedado expuesto que el apoyo a Israel es una piedra de tope para la democracia. Criticar al Estado sionista se ha convertido en anatema, con penas de cárcel, intervenciones bancarias, infiltración en los movimientos y violencia policial cotidiana. Luego, nos enfrentamos a dos fenómenos que van completamente de la mano. Por un lado, las democracias liberales se muestran incapaces de representar, produciendo quiebres profundos en las relaciones de representación, donde Israel es sólo una imagen en la que ese rompimiento puede ser entendido. Por otro, Israel se convierte en la expresión misma del autoritarismo global, en la medida en que sus propias tecnologías, armas y estrategias son utilizadas por las policías para reprimir o encarcelar. 

Este es un punto clave, pues lo que tenemos ante nosotros es nada menos que el sionismo extendido como una red sobre nuestros Estados y gobiernos de turno, que se expresa en armamento para los ejércitos y policías y en el despliegue de corporaciones privadas que desarrollan las tecnologías del Apartheid exportándolas a todo el mundo. Los despidos de funcionarios de Google por negarse a desarrollar tecnología para el genocidio o la sonada visita de Elon Musk a Israel, que concluye en la verbalización de una toma de posición ya sabida de antes, tienen como consecuencia el reforzamiento del vínculo entre las grandes empresas y el sionismo, cuestión que se traduce, por cierto, en controles algorítmicos que impiden acceder a la información o permiten a las policías detectar los espacios virtuales de resistencia para actuar sobre ellos.

La situación actual nos permite comprender con facilidad que el sionismo no está anclado a un territorio, sino que se configura como una red que sostiene a Israel desde las principales metrópolis y sus Estados dependientes. Ya no podemos decir, simplemente, que Israel domina a Estados Unidos y a Europa o, al revés, que es una colonia de estos en Palestina. Más bien Israel, Estados Unidos y Europa forman parte de un sistema en el que cada uno cumple funciones específicas que sostienen el orden de cosas vigente, impidiendo que dentro de estos espacios surjan prácticas y discursos críticos. Por eso desde 2015 en Reino Unido se persigue al líder laborista Jeremy Corbyn, acusándolo de antisemitismo por defender abiertamente los derechos de los palestinos; en Alemania se sanciona el lema “desde el río hasta el mar” como si este fuese un llamado al genocidio de los judíos o en Francia, desde hace varios años se persigue el financiamiento de la Campaña por el Boicot, Desinversión y Sanciones contra Israel. Estas acciones, que pasan sin mayor publicidad por tribunales y reuniones secretas, ponen en evidencia que no hablamos de un Estado (Israel), sino de un sistema que gobierna las instituciones internacionales y la agenda de los gobiernos locales. 

No es necesario recorrer el mundo para dar con la trama de poder sionista. En Chile las relaciones del ejército y la policía con Israel son profundas. Sofía Alvarado llevó a cabo en 2021 un estudio profundo de las relaciones militares entre Chile y el Estado sionista1. Provisión de tecnologías, capacitaciones, venta de armamento, acuerdos en ciberseguridad para las Fuerzas Armadas, Carabineros de Chile y Gendarmería, son algunas de los espacios en los que el sionismo ha introducido no sólo un negocio, sino la figura imaginaria de que la seguridad de un Estado dependerá de las compras tecnológicas a Israel, entre otras cosas porque han sido testeadas en los cuerpos de los palestinos. 

El avance de fuerzas de ultraderecha en Occidente y América Latina ha contribuido al reforzamiento de los lazos militares entre los Estados e Israel, pero, al mismo tiempo, ha hecho más evidente el lugar del sionismo en las políticas nacionales, sus métodos de intervención y el doble estándar de los gobiernos. En ese contexto es que la solidaridad con Palestina se advierte entre las ciudadanías como un catalizador de procesos locales. La acusación de antisemitismo, que sirve de mantra al sionismo cada vez que surge una crítica a Israel o la asociación del islam con el terror (y por extensión la asociación a Hamás de cualquiera que sea crítico) son precisamente las máscaras que intentan recubrir los procesos mucho más profundos que las sociedades occidentales están viviendo. Sociedades gobernadas por un sistema sustentado en la injusticia económica, cultural y política, que va creando zonas de experimentación militarizada (Wallmapu en Chile, es un ejemplo) y donde se promueve la acriticidad como valor. De pronto, estas sociedades comienzan a entender que las redes sociales tienen un alcance muy limitado, que repostear una imagen del genocidio es algo moralmente necesario pero insuficiente para lograr algo en términos políticos. La trama del poder sionista pasa no por encima, sino a través de los propios algoritmos de las redes. 

Desde este punto de vista, es fundamental articular una resistencia al sionismo y el sistema-mundo que ha sostenido. Una primera cuestión relevante es apuntar directamente a la venta de armas y tecnología. Este es un punto crítico. La presión sobre la participación de Israel en FIDAE 2024 obligó al gobierno a no admitir la presencia de Israel en la feria, pero esto no acompañó ningún gesto de desinversión real. El gran logro de la exclusión de Israel de FIDAE fue exponer el vínculo profundo de las Fuerzas Armadas y policías con el armamento israelí, al punto que varios exministros, tanto de la derecha como del progresismo, se vieron obligados a defender los intereses sionistas en los medios de comunicación. Este es claramente un indicativo de que la acción estaba bien orientada y los resultados fueron parciales, es decir, que se debe insistir en poner el foco sobre la industria de armamento y seguridad, pues es el gran factor que permite al sionismo capturar adhesiones en los Estados. 

Asimismo, resulta fundamental encontrar en las universidades espacios de organización colectiva que permitan avanzar en una completa desafección de las casas de educación hacia el Estado de Israel. El Apartheid y la limpieza étnica de Palestina no serían posible sin las universidades sionistas que forman el “capital humano” para sostener y profundizar el sistema de dominación, y ahora genocidio, sobre los palestinos. Hemos visto cómo en Estados Unidos y parte de Europa la acampada universitaria ha creado un despliegue sin precedentes de la fuerza policial. Este es un indicador de la relevancia que tiene el movimiento estudiantil no sólo por el rol que juegan las universidades en el sistema de producción, sino también por su fuerte carácter simbólico. Las acampadas universitarias son intolerables porque le hablan a Estados Unidos de una generación educada que ya no está dispuesta a financiar al Estado de Israel, ni es fácilmente cooptada por el sionismo. Esto, puede no ser del todo cierto, obviamente, pues el propio sionismo sigue teniendo el poder del capital para encontrar adeptos, sin embargo, es evidente que la sola idea de una generación no sionista en el poder se ha vuelto una pesadilla para el establishment estadounidense y europeo. El modelo se puede replicar en todo el mundo porque las universidades, si quieren seguir siendo actores validados éticamente en sus sociedades, no pueden seguir sustentando el crimen que Israel comete en Palestina. Por supuesto, esto no se dará sin presión, sin una ciudadanía joven que esté a la altura de una época de transformación. 

Finalmente, la acción política debe reconocer que la cuestión palestina se inserta en un contexto amplio cuyas raíces son el extractivismo y la colonización. Ya es de conocimiento que frente a las costas de Gaza existen enormes recursos de gas, de los que Israel intenta apropiarse con la venia, claro está, de Estados Unidos y Europa. Probablemente el juego del tinglado sionista sea reemplazar el abastecimiento de gas ruso por uno controlado por Israel y Estados Unidos, que hace unos meses comenzó la construcción de una enorme plataforma en el Mar Mediterráneo, frente a las costas gazatíes. Una respuesta adecuada desde los pueblos del mundo parte por comprender que las luchas anticoloniales, aquellas que se organizan en torno al clima, el extractivismo y el capitalismo, comparten destinos y metas. Así como Sudáfrica entendió plenamente que su libertad pasaba también por la de los palestinos –llevando a Israel nada menos que a la Corte Internacional de Justicia – también nosotros podemos decir que mientras exista un Apartheid en cualquier lugar del planeta, ese mismo hecho nos habla de una fuerza sin fronteras nacionales que, bien derrotamos, bien nos acostumbramos a vivir bajo su poderío sin chistar. Como entiendo que debemos resistir y crear un mundo mejor para nosotros y nuestros hijos, creo también indispensable comprender que la lucha por la liberación de Palestina del colonialismo sionista es indisociable de las luchas de todos los territorios contra el colonialismo y el extractivismo. Sólo las fuerzas colectivas pueden derrotar a aquellas otras fuerzas que buscan dominar por medio de la atomización. Sólo la afirmación de lo común puede poner un dique de contención al despliegue del poder que nos separa. 

NOTAS

1Alvarado, Sofía. El militarismo israelí en Chile. Movimiento BDS-Chile.